Desfile Métiers d'Art 2021/22
Ocho autores narran
los Métiers d'Art de CHANEL
CHANEL invitó a ocho autores a celebrar la riqueza y la diversidad de los Métiers d'Art en residencia en le19M. Al entrar en este nuevo espacio dedicado al savoir-faire histórico y único de la moda, las escritoras Anne Berest, Lilia Hassaine, Nina Bouraoui, Salomé Kiner y Sarah Chiche, la autora y compositora Clara Ysé, el músico y escritor Abd Al Malik y el artista MC Solaar descubrieron la magia de los Métiers d'Art junto con los ateliers, los gestos, el vocabulario y la historia de estas Maisons. De sus visitas surgieron ocho textos: relatos íntimos, microficción, poemas, una carta y la asociación libre de recuerdos, todos ellos rinden homenaje a este excepcional patrimonio artesanal, para el que le19M ofrece un escaparate no menos precioso.
Abd
Al Malik
Un paseo por le19M
Hay lugares que son casas comunales, ciudadelas que protegen y celebran la idea de la belleza como un movimiento y como una condición de ser.
Cuando fui hasta la Porte d'Aubervilliers, en el 19o arrondissement, lo hice con la intención de escribir un poema, pero aún no era consciente de ello. Lo que sentí bajo la piel, sin embargo, fue la intuitiva enseñanza que transmitía el edificio arquitectónicamente complejo que se alzaba ante mí:
Todo arte es ciencia, y todas las ciencias se entrelazan como expresiones de la misma verdad expresada en diferentes idiomas.
Uno tras otro, un torno giratorio, una puerta de cristal que se desliza, sientan las pautas. La promesa de una asombrosa panorámica cuando entras en el ascensor. Pero, por ahora, en el piso de abajo, la visita a la Casa de Massaro me produce un vértigo delicioso. En cada taller que visito percibo el olor de la madera, del cuero cortado, de las máquinas contemporáneas, los gestos ancestrales y las herramientas tradicionales. Descubrimos un enlace de pasiones. La unión del virtuosismo y el tiempo. El dominio de la paciencia es la virtud que adorna le19M por todas sus caras, todas las inteligencias se doblegan, deslumbradas por este savoir-faire. Y entonces, conforme avanzo, conforme entro en el ascensor que se abre a esta franja ilimitada de cielo, en el umbral de la Casa de Lemarié y los Talleres Lognon, me siento abrumada por mis pensamientos y mis emociones mientras atisbo el trabajo de estos “orfebres” de todas las edades: algunos trabajan con plumas, otros crean flores, otros se dedican a los plisados. le19M es un festival de creatividad, un torneo de inventiva. En este recorrido de destreza y de luz, donde el gesto experto y el sol bailan bajo el cielo de París, la calidad de las personas está íntimamente ligada a lo que hacen. La calidad es, por tanto, el principio y el fin de todas las cosas aquí, siempre en contraposición al ejercicio de una actividad puramente mecánica. Es un arte, un oficio manual como extensión de la naturaleza de estas mujeres y hombres que me sonríen para seguidamente volver al trabajo. El oficio refleja el ser, y viceversa. El artesano es un artista, ¡eso es! Un Artifex, como dirían nuestros mayores, que no distinguían entre el arte y la artesanía. Aunando ambas palabras con los conceptos de excelencia y profundidad.
No sales de le19M, te lo llevas contigo. Prometemos preservar el legado y cultivar lo moderno. Juramos emplear la belleza para luchar contra todas las formas de fealdad, el peligro de todas las eras. Reconozco íntimamente este llamamiento a la unión que lanza le19M a las puertas de los barrios obreros, por su urgencia y su grandeza poética. Como el himno de lazos y hierro interpretado por Rudy Ricciotti, al que al principio llamé de ciudadela. En este tempo de Apolo –el dios de todas las artes, que se identifica con el “dios geométrico” de Platón–, aprendemos que lo más esencial de la tradición en el arte es la idea de transmitir los medios para ayudar a las mujeres y hombres de nuestra época a acercarse cada vez más a la Belleza.
ANNE
BEREST
Nomenclatura
Al caminar por los talleres de las Maisons d’art, palabras vibrantes e intensas te zumban en los oídos, y una sensación de profunda dicha te sobrecoge de manera inevitable, como la que provoca la prosodia del lenguaje de los artesanos, pues estas palabras excepcionales, estas expresiones casi olvidadas, transmiten emociones poderosas y hechizan el alma con la misma alquimia de los perfumes que te embaucan sin aviso, transportándote a otro lugar de poesía. Nada cautiva más que la nomenclatura de la artesanía, ese vocabulario que recoge toda la habilidad, el juego de manos y el virtuosismo de la profesión.
El arte del lenguaje, las meticulosas descripciones de un mundo pictórico… Estas palabras inspiran el ritmo de trabajo, la armonía de estos talleres, donde los gestos se transmiten de generación en generación.
Nada me estimula más que oír, toparme con una palabra que, para mí, se encontraba ya cerca de la frontera del olvido, pues todos acabamos, poco a poco, borrando de nuestro diccionario interior ciertas expresiones, ciertos términos que han dejado de formar parte de nuestro día a día.
Cuando llega a mis oídos una de estas palabras, me siento agradecida. Porque las palabras conforman los recuerdos de las personas.
El día que visité los talleres de la Maison Michel –una preciosa casa de sombreros fundada en el París de 1936– las costureras, los modistos y sombrereros se preparaban para el Día de Santa Catalina. Esta es una tradición que se celebra en Francia desde la Edad Media. Cada 25 de noviembre, esta fecha se dedica a las jóvenes mujeres que mantienen su soltería tras soplar las velas de su 25 cumpleaños. Las Catherinettes, como se las conoce, pasan el día usando sombreros extravagantes de color verde y amarillo, los colores de la esperanza y la familia. Esta tradición se mantiene viva en el mundo de la costura: este año, los ochenta “Catherinettes” y “Nicolas” de CHANEL se echaron a las calles de París luciendo sombreros confeccionados a medida según su personalidad.
Algunos usaron capelinas, un sombrero de ala ancha, normalmente elaborado con paja, que protege la piel del sol. Se originó a partir de las antiguas capuchas, que cubrían la cabeza y los hombros de las mujeres con tejidos ligeros en verano y con lana en invierno.
La máquina de coser llamada Weismann logra algo extraordinario en el mundo: confeccionar una capelina a partir de un solo hilo de paja al hacerlo girar sobre sí mismo hasta obtener la forma de un sombrero. Esta máquina podría haber desaparecido para siempre de no ser porque el último ejemplar existente fue encontrado y rescatado in extremis. Tan solo dos mujeres saben utilizarla hoy en día. Sus nombres son tan bonitos que merecen que las mencione aquí: Blanche y Noémie.
En las capelinas, todos hemos visto las cintas de grosgrain. El grosgrain es ese tejido de tafetán acanalado, sin extremo vertical, que se utiliza para adornar la banda de un sombrero –o la cintura de una falda. Hay algo irresistible en la palabra grosgrain. En primer lugar, su aliteración /grogrén/, que suena como el ronroneo satisfecho de un gato grande. Pero también porque, en la lengua francesa, hace una doble referencia al léxico de la naturaleza. Podemos pensar en granos de trigo o de café que, al ser mecidos por un soplo de viento, caen como un fuerte aguacero. Tan fuerte como gros (grandes) granos.
Las Catherinettes presentaron a las Fedoras, así llamadas en honor a un personaje de teatro que la legendaria Sarah Bernhardt llevó a la fama: Pythia, que se subía al escenario para representar su papel con un sombrero de ala ancha hecho de fieltro.
Estos sombreros llevan el nombre de otros objetos, creando una poesía surrealista. Por ello, hablamos de sombreros cloche (campana) cuando nos referimos a los sombreros sin bordes que estaban de moda entre las garçonnes, las andróginas mujeres que se vestían como hombres, en el París de los años 20.
También hablamos de sombreros bouleo melon (hongo), en español también conocido como bombín, que es el que llevaba Charlie Chaplin. Además, hacemos referencia al bibi (fascinador), una onomatopeya que, cuando se pronuncia, marca la pauta de una conversación, como un adorno centelleante sobre la cabeza. Y no debemos olvidar, desde luego, el canotier (remero), un sombrero oval de paja con la copa recta y la parte superior plana y rígida.
Pero si en el Día de Santa Catalina decides salir con la cabeza al desnudo, en Francia decimos “sortez en cheveux” (sal con el pelo puesto). Esta divertida expresión nos recuerda el hecho de que, tras la guerra, salir con un sombrero era casi tan indecoroso como salir sin pantalones… es decir, en ropa interior. Y entonces, las mujeres se emanciparon. Comenzaron a mostrar el pelo, un símbolo sexual, un emblema de libertad y modernidad. Todo ello para disgusto de los fabricantes de sombreros, que casi han desaparecido… excepto por la Maison Michel, que abrió sus puertas en 1936 en París y se convertiría en Métier d’art de CHANEL en el año 1997.
CLARA
YSÉ
Chanel, Métiers d’art
Es mediodía. Entro al enorme edificio de le19M.
Sus altas líneas blancas y sus grandes ventanales se elevan hacia el cielo.
Recorro los pasillos y, en seguida, camino por la pasarela exterior. Primero, visito la Casa de Goossens. Su director de Patrimonio y Savoir-Faire, Patrick Goossens, me espera. Me asombra la modernidad de las estancias, dispuestas de lado a lado, las ventanas, las máquinas, las personas entregadas a su trabajo… Y, entonces, la primera joya llama mi atención. Después, la segunda, un fragmento de cristal. Abro un cajón y las piedras alzan el vuelo como guijarros fosforescentes. De repente, me imagino a mí misma como Pulgarcita en un bosque metálico de 25.500 m2.
Mientras tomamos café, rodeados por corales y brazaletes de bronce dispuestos de forma que parece que estuvieran en el fondo del océano, Patrick Goossens explica cómo su padre fundó el taller en 1950. Marcó su época y el mundo de la alta joyería. No tardó en empezar a crear piezas para la colección personal de Madeimoselle Chanel. Juntos, desdibujaron fronteras, se alejaron de la fantasía y volvieron la mirada hacia el arte de Bizancio y el Renacimiento.
Patrick Goossens tiene diez años. Por la mañana, acompaña a su padre al Louvre para contemplar una obra maestra en el museo. Los imagino frente a una puerta de hierro forjado. Me pregunto qué secretos se han susurrado, qué fronteras ha traspasado un cuadro del Quattrocento hasta encontrar refugio en sus ojos y ser reinventado en las curvas de la araña que veo balanceándose sobre nuestras cabezas. Veo a un hombre en la treintena que enciende una llama para soldar el bronce. Sigo en el majestuoso le19M, donde me conducen de la oficina al taller para entender cómo se confeccionan las piezas.
Pero todo se me escapa. Por mucho que intente comprender los detalles, anotar las técnicas y los nombres de los elementos en mi cuadernito rojo como aplicada colegiala aplicada, viajo al pasado y empiezo a sentir el peso y el poder de ciertos objetos. Percibo la magia que emana de ellos, y que esta magia procede de una época que los atraviesa por entero. Diferentes miradas, mundos y épocas que se funden en un cuello, en una muñeca. Recuerdo las joyas precolombinas que los indígenas Kogi le reclaman al gobierno de Colombia para enterrarlas en la selva amazónica a fin de que recuperen sus poderes curativos.
Imagino el sendero de piedras trazado en las salas de le19M. Me transformo en una cazadora de tesoros submarinos. El océano se derrama en el espacio, veo las piedras brillando en el agua, los sonidos me llegan desde muy lejos, la oficina se llena de un plancton eternamente fluctuante, de peces multicolores, vetustas estructuras devoradas por la sal, palacios sumergidos. Veo cómo la araña se mueve lentamente, mecida por la corriente. Sonrío. Recuerdo que los ventanales dan al cielo, pero todo se ha esfumado. Lo único que veo es un abismo que da a mar abierto. Los objetos bailan a mi alrededor. Difunden su hechizo, se ríen de mis ensoñaciones, que los envuelven. Pienso en Patrick Goossens y en su padre. Veo la madera que se mezcla con el mármol, con el bronce y el oro blanco, con la resina y el cuarzo rosa.
El hombre frente a mí habla, y el abismo marino desaparece. Estoy sentada en la silla de la oficina, frente al café que se ha enfriado: “No hay joyas reales o falsas. Lo que importa es el gesto”. Y eso me hace pensar en nuestra propia composición como seres humanos. En lo que nos hace tangibles. Me digo a mí misma que nos parecemos un poco a estas joyas, donde el oro y la resina persisten en conjunto, porque de eso es de lo que estamos hechos: de contradicciones, de mundos heterogéneos que compiten y forjan nuestro poder, nuestra extrema fragilidad y la irreverencia de nuestra belleza.
Claude
mc solaar
The five fingers of one hand
The 19th, in Paris is where le19M is found
Already the exostructure makes this architecture human
The long vertical wires waving at Ancient Lutetia.
It’s all in the balance... In the alphabet… the letter M.
A garden leads us into a journey through time
Meticulous hands preserve the knowledge of long ago.
At a time when everything is scrolled, at a time when I’m losing
my memory.
Artists and artisans perpetuate the art of artisanship.
I saw the feathers, the faux flowers, the embroidery
the weavers. The paruriers, the milliners, the decorators
and
the pleaters. The glove makers, the embellishments, the precision
of the loom,
the alcohol lamps, the starch, the fire, the shoemakers.
From
ancient cutting tools, goldsmithery instruments and
iconic pieces, from the 19th century to the decade…Everything
made in France:
When the accessory is essential, it renders itself sublime in
its
Excellence!
Paris, le19M. Porte d’Aubervilliers. Even the
connoisseurs leave astounded. I remain
silent,
my eyes widen seeing how the five fingers of one hand
can create beauty.
P.S.
It was after this visit to le19M that I think
I understood the meaning of the song Nos Coutures by
Maureen
Angot.
The welding leaves marks,
The stitching leaves scars
The sewing erases it all.
"The union of these crafts shapes sets of unique pieces."
LILIA
Hassaine
Chanel, letras de arte
La poesía surrealista de las corolas impresas en tres dimensiones.
El perfume inodoro de las camelias inmaculadas, laminadas y bordadas,
despertando recuerdos proustianos de flores enamoradas.
Cattleyas
Majuelos
Peonías.
Cada flor es una mujer.
Cada una con sus contornos, envuelta en franela, encaje u organza.
Vestida del tallo al estambre.
De esta paleta de materiales surge una forma de expresión, un carácter único, una personalidad singular.
No hay dos flores iguales.
Colette, que era naturalista, se habría detenido a reflexionar sobre los canotiers, los sombreros cloche elaborados con fibras de plátano y perfecta paja trenzada, moldeados sobre una horma para dotarles de forma.
Las hormas se confeccionan a medida, las virutas de madera caen como la piel de un melocotón, un hombre acaricia tersa superficie tersa, sus curvas maternales.
Los árboles de los que proceden son inmortales.
Bendicen la frente de quienes llevan su memoria.
Balzac, por su parte, habría capturado las manos que recorren el acordeón de sedas.
Habría observado las máquinas que obran el plisado. Sus labores seculares.
Las jóvenes manos de una muchacha en este museo de sensaciones.
Su huella.
Y lo que a su vez le legará a otras manos ágiles dentro de veinte, de cien años.
Y luego están las plumas de avestruz que se convierten en mariposas, y las mariposas que se posan en sombreros de paja.
Las anémonas bajo el agua, leonas de las profundidades, que no necesitan agua para florecer sobre vestidos de satén.
Oxímoros de color, sorpresas poéticas, todo ello digno de un texto de Boris Vian.
Los artesanos de los Métiers d’art, estos artistas de la madera, el tejido, las plumas o la paja, llenan de ideas la naturaleza.
Crean con ella y para ella.
Le confieren inspiración.
NINA
Bouraoui
El hilo
(En el corazón del Taller Montex)
Yo creo en el poder del pensamiento. Creo en sus poderes místicos sobre el corazón de aquellos a quienes amamos y anhelamos en secreto. Ahí es donde toda la alegría y la furia, el miedo y el éxtasis, las victorias y las derrotas se estructuran y colisionan. El pensamiento es un carrusel que nunca se detiene. Da vueltas y vueltas libremente. Nada puede detenerlo. Nada debería poder cambiarlo. El pensamiento es sagrado. Conozco la gracia de su luz, y conozco los estragos de sus sombras. Precede al discurso, pero ya es un idioma, una canción interior y misteriosa.
De niña, yo solía dibujar un hilo para representarlo, un hilo que se multiplica sobre el papel. Los pensamientos se entrelazan sin descarriar. Construyen un reino cuyas puertas no he abierto todavía. Con este dibujo, aún sin saberlo, me preparé para mi trabajo como bordadora. La infancia es el escenario en el pequeño teatro del futuro, donde interpretamos nuestros sueños y nuestras mayores esperanzas.
He vivido en brazos del silencio durante tanto tiempo, entregada a mi trabajo, capitaneando la aguja y el hilo como si de un barco se tratara, con los ojos cerrados de tan bien que conozco el camino: mis ágiles manos no yerran, bordan a ciegas y desde abajo, se conectan al hilo que conformará el dibujo, un hilo indisociable del que guía mis pensamientos, un hilo que ata el oro, las borlas, las cuentas, como los sueños, las dudas y las preguntas que se atan a la mente; un hilo que a veces queda sujeto mediante un gancho de crochet, o surcando el cuero, el tweed, la organza, en materiales suaves o duros, en materiales inertes que cobran vida con mis meticulosos gestos, bordando desde los detalles más mínimos a los más grandes, aplicando a mi telar de bordado las mismas leyes que aplico en el tela de la vida: paciencia y un amor a base de paciencia. El paso del tiempo no se deshace, se construye y gana fuerza, se encuentra: es el arquitecto afectuoso, y es mi aliado.
Al bordar, escribo mi historia invisible, reparando las grietas de mi corazón, aliviando los tormentos de mi alma. Mi práctica es la del contador de historias que decidió cambiar la tinta y las palabras por una aguja y un hilo, instrumentos de costura.
Cada día bordo mis pensamientos, clasificándolos, desclasificándolos, hasta que alcanzo el equilibrio perfecto, el guardián de la armonía. Cada día bordo el fluir y el aleteo de mi ser, mezclando mis fuerzas vitales con la delicadeza del diseño que soy, puntada a puntada, como un contador de historias que coloca una letra tras otra, inventando su relato. Mis manos y mi mente son como siamesas, las primeras obedecen las órdenes de la segunda, el bordado de convierte en el bordado de mis deseos. Pero nadie lo sabe.
Mi cuerpo está unido a la mesa, el hilo me sostiene como la cuerda al equilibrista –es imposible caer a la nada, al vacío, imposible perderse o herirse, pues bordar también es reparar lo que uno no conoce, lo que no distingue, aquello que no es visible, que existe entre pliegues, como la carne bajo la piel: roja, nerviosa y ardiente. Reparar una y otra vez, como la madre costurera de Louise Bourgeois ejecutaba su labor, inspirando a su hija a crear la figura de la araña, una tejedora de seda, un monumento-escultura que se eleva desde Europa a las Américas.
Sí. Creo en el poder del pensamiento y en sus virtudes unificadoras: si pienso en placidez, tal vez la placidez emerja; si pienso en amor, es posible que el amor prevalezca sobre el odio. Así es como funciona el engranaje de mi mente. Con los años, he aprendido a bordar la placidez, he aprendido a rezar por un mundo mejor y a creer –a pesar de todo– en las oraciones que persiguen milagros.
Bajo los motivos de las capas, chaquetas, faldas y blusas reconozco los motivos de mi paisaje interior, las intersecciones, los bosques encantados y los océanos que una vez albergaron las lágrimas de mi intrépida y sentimental juventud, un lugar de aprendizaje y traiciones del que no reniego, pues nos convertimos en lo que hemos sido.
Mis pensamientos más íntimos se extienden sobre la tela para fusionarse con el diseño de su creadora. Ahora estamos conectados: tú, que dibujas; tú, que miras; tú, que vistes la prenda; yo, que bordo los hilos con el tejido de mis pensamientos, uniéndonos en una intensa celebración, donde con una mirada y respeto mutuo, los hombres y las mujeres de un mundo, de una Tierra, hermanos y hermanas unidos bajo la bóveda celestial, trabajan, juntos, por el triunfo de la ternura.
SALOMÉ
Kiner
Carta para Coco
I.
¿sabes?
He visto a la sombrerera
inclinada sobre su labor
sus rodillas apoyadas sobre una alfombra de espuma
sus palmas presionando la paja de trigo
sobre un bloque de madera de tilo pulido por los años
y he visto a la costurera,
con una suela de cuero sobre sus rodillas
el sonido del martillo golpeando la empella
y el café humeante, escondido tras la mesa de trabajo
Yo no trabajo con las manos,
mi herramienta es el lenguaje
pero de ellas no puedo decir:
son petites mains
allá donde trabajan las mujeres,
oigo el rugido de las leonas
al acecho en nuestros reinos
engalanadas bajo las corolas
que vigilamos en nuestras cacerías
Skanderbeg era un héroe
los samuráis lucen camelias
Coco, como tú, yo confío en que mi trabajo
consuele mis pesares y mis tragedias.
II.
Te imagino en el Ritz
¿Cuántos gestos separan
el lomo de una piel de cordero
de la barra de un gran hotel?
tu pie presiona el pedal
tu tobillo marca el tiempo
la impaciencia se aferra a tu corazón
los ociosos son impostores
o, si no, seres alados
dicen que
odias los días de fiesta
y cada 1 de agosto
hostigas a tus proveedores
haciendo muchos pedidos
huyes de todo lo social
el arrítmico corazón de París
te recuerda tu soledad
de noche
acaricias otras pieles
para olvidar a tu jugador de polo
en tu mundo saltar obstáculos
no es una disciplina ecuestre
y cuando diseñas zapatos
these shoes are made for walking
III.
en 1957
Georgia O'Keeffe pinta lirios blancos
tú imaginas tu zapato bicolor
y lo adornas con un tacón cuadrado
ha pasado más de medio siglo
me mira desde un estante
con su puntera satinada
su tira elástica
y su porte señorial
Pienso en las piernas que lo han lucido
verticales y esbeltas
metáforas de la ciudad
donde perdura tu reinado
en el jardín de formas
me pierdo
cada nombre me cuenta una historia
bajo los adoquines que ha pisado
más allá de las ventanas del edificio
pareciera que el Siena fluye
y oigo la canción de las sirenas
que pasa por la Porte d'Aubervilliers
Te imagino en la Plaza Vendôme
tus ojos pardos fijos en los transeúntes
uno puede conseguirlo casi todo
si trabaja lo suficiente
¿sabes?
nuestras manos nunca son pequeñas
cuando tejen nuestras voluntades
en talares o escarpines
corremos hacia nuestros destinos
dicen que somos extremas
querrán decir extremadamente libres
somos mujeres
y somos artistas
tú compones manifiestos
en forma de tacones
yo bordo los ecos de tu trabajo
en la costura de mis frases
SARAH
Chiche
El hilo de la vida
Cosas fantásticas suceden en las cajas del archivo de la Casa de Lesage, me dice. Hay lugares llenos de promesa, como si fueran libros. Abres una caja, descubres una historia, un conjunto de sensaciones, de disparates, de energía e ilusiones. Porque el bordado es una ilusión. Puede hacer que creas que existe un material con lentejuelas, cuentas o incluso conchas de ostras y papel de regalo. Mira aquí, por ejemplo, sigue diciendo mientras abre una caja: ahí, en esta muestra, puedes ver un bolsillo en relieve que imita la suavidad de un precioso nido. Es para una chaqueta con motivos de pájaros. Cerró la caja hábilmente y abrió otra. Aquí tenemos el detalle de un abrigo de noche inspirado en los biombos de Coromandel, bordado completamente con lentejuelas y cuentas doradas. Aquí, la idea era crear un motivo impresionista a través del bordado: es una pintura; es más, a veces puedes ver que las cuentas han sido repintadas, hay alrededor de cuarenta componentes en esta muestra, otorgándole toda su magnificencia. Pasamos de elementos textiles a celulosa o a tubos de vidrio, suntuosos, típicos de los años 80 y 90, época en la que abundaban los materiales, a diferencia de los años 20, cuando encontrábamos perlas, tubos o cristales, pero con un lenguaje muy sencillo. Y ahora, sígueme.
Dejamos el archivo de la mayor colección de bordado artístico del mundo, donde setenta y cinco mil muestras permanecen latentes, como tantas historias. Le seguí a través de un laberinto de pasillos hasta llegar a una amplia sala con grandes ventanales, donde unas quince personas trabajaban, cada una en su propia mesa. De repente, me detuve frente a una mesa. La aguja atravesaba el tejido, dejando con su estela una explosión de cuentas y lentejuelas que se habían transformado en flores. Con un rápido movimiento, la bordadora la trasladaba desde la parte posterior de la tela a la parte de delante, tiraba del hilo, realizaba un giro en espiral y volvía a pespuntar la tela. ¿Cuánto tiempo has estado aquí?, le pregunté. Oh, unos cuarenta años, respondió ella, con los ojos inclinados sobre su labor. De repente, me pareció que su cuerpo endeble había sido remodelado con el tiempo, que la devoción y el fervor lo habían curvado al servicio de la tiránica exigencia de un solo gesto, solo uno, siempre el mismo. ¿Y alguna vez te duele la espalda o el brazo? Sus ojos, que seguían fijos, se arrugaron tras las lentes de sus gafas. Por un momento, sus dedos se detuvieron. Sí, a veces duele, contestó con una tímida sonrisa. Volvió al trabajo. Una vez más, contemplé el hipnótico ballet de sus dedos mientras reproducían, segundo a segundo, minuto a minuto, un diseño cuyos pasos me aceleraba el pulso. De un torbellino de cuentas y lentejuelas, surgían rostros intactos, incluso más intactos que cuando yo aún era niña, hace cuarenta años, y se apretaban contra mis mejillas, flotaban tras mis ojos. El movimiento de avance del hilo de la bordadora me transporta a una época que yo pensaba, cuando era joven, que duraría para siempre. Una época que más tarde admitiría (nunca del todo) que no volvería. Y, una vez más, vi a todas esas mujeres, todas ahora ausentes, que hace mucho, mucho tiempo, encantaron mi infancia con la luminosidad de su risa, la leche de sus lágrimas, en casas que ya no existen. Recuerdo la casa donde, cada mañana, mi abuela paterna aliviaba su pesar con un fatigado y bello gesto en vestidos de toga color coral salpicados de flores antes de tumbarse en un sofá para leerme algo; la casa donde, cada tarde, mi madre escondía sus defectos en la magnífica simplicidad de vestidos largos de hilo dorado o de azul de Prusia, o en la ostentación de minifaldas de lentejuelas y chaquetas de marquetería con plumas, para después irse a perseguir un sueño –o una ilusión– del brazo de un hombre del que yo no sabía nada, pero a quien envidiaba con fuerza. Quizás, pienso, es así como se teje la tela de los seres humanos, el reverso de su llanto: porque, de la misma forma que una aguja nunca debe desviarse de su camino, los niños que una vez fuimos, que desde lo más profundo de su ser consagraron sus vidas al servicio de un solo gesto, nunca perdonarán del todo al adulto en que nos hemos convertido, aunque parezca que ese adulto ha cumplido todas sus promesas. Una luz brillante atravesó la estancia. Las vi otra vez. Sus siluetas felices desfilaron ante a mí y después de alejaron, como la aguja en el telar del Tiempo donde, día tras día, año tras año, colgada del hilo de la vida, también nosotros nos arrojamos a veces hacia delante, otras hacia atrás, en el ciclo perpetuo de la noche y el día, de la belleza y su ruina, del amor y su sombra.

Desfile Métiers d'Art 2021/22